Agustín Squella opina que la educación chilena casi excluye al libro
Académico de la Escuela de Derecho UV y Premio Nacional de Humanidades 2009 sugiere “meter a los bibliotecarios a las salas de clases”, al mismo tiempo que critica “excesivo ruido” en Viña del Mar y caos en el transporte público.
Una crítica al sistema educacional chileno, que a su juicio margina al libro y privilegia “el círculo vicioso de la cultura oral”, efectuó el académico de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2009, profesor Agustín Squella Narducci, durante su discurso inaugural de la 30º Feria del Libro de Viña del Mar, que se efectuó recientemente en el palacio Carrasco de la Ciudad Jardín.
Al repasar el escaso interés de los jóvenes por leer y los poco satisfactorios índices de comprensión lectora en Chile, el profesor Squella dijo que a su juicio, “lo que habría que hacer, es restar tiempo a los profesores en las salas de clase y dárselo a los bibliotecarios. Hay que meter a los bibliotecarios a la sala de clases para que les cuenten a niños y jóvenes qué libros han recibido últimamente”.
Además, aseveró que en Chile, la educación se ha desarrollado “al margen del libro y casi con exclusión de éste —de lo cual constituye prueba nuestra obsesión por la relación profesor alumno y nuestra total ignorancia de la relación libro alumno—, una idea que Óscar Luis Molina, otro viñamarino, desarrolló con gran lucidez en su ensayo de 2004 acerca del círculo vicioso de la cultura oral”.
Agustín Squella aseveró que “si no comprendemos lo que leemos es simplemente porque no leemos lo suficiente, donde leer remite no sólo a novelas, ensayos y poesía, e incluye partituras musicales, fórmulas lógicas, símbolos matemáticos, cuadros estadísticos y cosas así”.
Agregó que esta excesiva cultura oral, “común a todos los niveles de nuestra sociedad, sigue viviendo a la defensiva, atenazada por la presión de resultados o frutos propios de culturas impresas, pero sobre todo por la presión continua de una resistencia oral profunda y predominante especialmente en sectores de sus élites. Así las cosas, me pregunto si las cimas de infantilismo, vulgaridad y hasta embrutecimiento que hemos alcanzado con tan increíble facilidad no tendrán que ver con la lejanía que mantenemos con el libro y con el escaso interés por formar lectores”.
Como dato aparte, para la reflexión, Squella comentó: “¿Sabían ustedes que en Chile circula una fracción ridícula de los libros que se imprimen en castellano y una infinitesimal de los que se producen en otras lenguas? ¿Pueden imaginar que en una sola librería de Finlandia —un país de seis millones de habitantes— hay más libros que en la totalidad de los puntos de venta de libros de la ciudad de Santiago? ¿Habrá en Chile en este momento siquiera una biblioteca por 40 mil habitantes?”.
Apreciación ciudadana
El reconocido abogado y periodista se dio tiempo también para repasar la situación ciudadana de Viña del Mar, comuna que acoge a la 30º Feria del Libro, importante evento cultural del verano, que, por ejemplo, debe lidiar con la caótica situación del transporte público especialmente en esta época del año.
Dijo que “si la recuperación del borde costero viñamarino y las condiciones que el municipio ha puesto a los propietarios de las privilegiadas hectáreas que en la avenida Jorge Montt ocupaban las distribuidoras de combustible son acontecimientos y decisiones felices, la rotura masiva de calles y veredas en la población Vergara y el auténtico caos que produce a diario la impresionante congestión de buses y colectivos en calles principales de la ciudad, con la abrumadora contaminación acústica de bocinas empleadas sin control por los conductores al llegar a cada paradero para llamar de ese modo la atención de quienes esperan transporte público, son hechos graves que deberían ser corregidos”.
Agustín Squella reflexionó que “las cosas cambian, cómo no, y también lo hacen las ciudades, y ya no volveremos a sentir en la playa de Miramar el aroma que despiden los pinos de la Quinta Vergara una húmeda mañana de verano —como sentía y celebraba nuestra María Luisa Bombal—, ni volveremos tampoco a escuchar en el interior de una casa de la avenida Libertad (¿queda alguna?) el suave y confortable sonido de los cascos de los caballos al paso de un coche victoria que avanza por esa vía a primeras horas de una noche de invierno, ni visualizaremos el canto de Ennio Moleto a un muelle de caleta Abarca ‘hollado por visitantes, por rondas musicales y cubierto de colores de pañuelos’”.
“Pero el cambio —dijo— tiene que ser algo que una ciudad planifique y no que simplemente le sobrevenga. Ruido, mucho ruido, tanto, tanto ruido —como lamentan Sabina y Joan Manuel Serrat en uno de sus dúos—, agudizado en esta época del año por legiones de alborotadores y promotoras —teams, los llaman— que irrumpen con sus pesados altoparlantes en las playas de la zona para fastidiar a los bañistas, y alguien tendría entonces que protegernos del ruido de las grandes ciudades antes de que el ruido acabe con nosotros. Si de las ciudades hay que retirar todos los días la basura, también hay que hacerlo con la basura del ruido”.
Perros, pan batido y combinados
El profesor Squella también aprovechó esta ocasión para hacer un contrapunto entre Valparaíso y Viña del Mar, dos ciudades que manifestó amar y en las que ha vivido muy plácidamente, según ha confesado.
Comentó que ambas son ciudades que logran hacer felices a las personas, tanto en lo que se complementan como en aquello en que en mucho se diferencian. “Claro, porque si en Valparaíso hay peluqueros, en Viña lo que hay son estilistas. Cuando una tienda viñamarina liquida su mercadería pone un cartel que dice ‘Full sale’, mientras que en Valparaíso el mismo letrero dice ‘Todo a la calle’. En Valparaíso uno compra pan batido y en Viña consume pan francés. En Valparaíso hay postes de luz y en Viña luminarias. En ambas ciudades hay muchísimas farmacias, pero sólo en Valparaíso quedan algunas boticas. Viña tiene funicular y Valparaíso ascensores. En Valparaíso se llama pescada a lo que en Viña se vende como merluza. En Viña podría instalarse una academia de baile, pero clubes de tango sólo puede haber en Valparaíso. Los clubes de fútbol profesional de ambas ciudades llevan nombres ingleses, aunque nunca verá usted a un wanderino comportarse en las tribunas como si fuera inglés. Lo que en Viña es un trago largo en Valparaíso se llama combinado. Viña y Valparaíso tienen cementerios, pero sólo Valparaíso tiene uno de disidentes. Lo que en Viña se llaman pasajes en Valparaíso son calles sin salida. Y si en Valparaíso hay perros vagos, en Viña lo que hay son mascotas extraviadas”.