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Experto español vino a conocer el paisaje sonoro y la música de la ciudad

23 Octubre 2015

José Manuel Berenguer, académico de la Universidad de Barcelona, registró el sonido de Valparaíso.

Así como tiene olores y colores diferentes, cada ciudad tiene también sonidos propios, mezclas particulares de sonidos. Es el paisaje sonoro: la percepción sonora que una persona tiene en un lugar determinado. Ese paisaje varía según el lugar, según la hora, según la fecha. Es la actividad humana en todo su esplendor, en una expresión que muchas veces pasa inadvertida.

El profesor José Manuel Berenguer fue invitado por la UV a la carrera de Música, como resultado del cuarto concurso Visitas de Académicos a la Universidad de Valparaíso, convocado por el Convenio de Desempeño para las Humanidades, Artes y Ciencias Sociales, UVA0901. Destacado compositor y artista intermedia, desarrolló diversas actividades: la conferencia “Ruido adentro”, en el auditorio de la carrera de Música; el Taller de Paisaje Sonoro, con sesiones en terreno en estudio, también en la carrera de Música, y un concierto abierto a todo público en el auditorio del Centro Docente Patricio Lynch, en Playa Ancha.

Paisaje sonoro

“Cuando hablo de paisaje sonoro, hablo de la percepción del entorno sonoro por alguien. Es decir, en un determinado lugar uno percibe una serie de señales, una serie de informaciones sonoras que conforman ese paisaje, ya sea una persona, ya sea un animal, ya sea una máquina. La idea de paisaje se refiere a la información visual que una persona tiene en un lugar determinado, esa es la primera acepción del diccionario. Entonces, con respecto del sonido es lo mismo: la percepción sonora global que tiene una persona en un punto determinado. Entonces varía, evidentemente, según la persona, según el lugar y según las horas, porque no pasa lo mismo a todas las horas. Las actividades humanas, las que tienen que ver con la geología, con el clima o con el entorno biológico, todo eso va evolucionando a lo largo del tiempo, a lo largo del día, de la semana, de los meses, de los años, y hay una evolución, una variación, en fin, algo que siempre está en constante movimiento”, explica Berenguer.

¿Somos conscientes de lo que escuchamos tanto como de lo que vemos? Al respecto, señala: “Sí, en realidad el oído tiende, estructuralmente hablando, a reportar hacia el inconsciente. En general nuestro sistema perceptivo tiende a hacer caso de las señales nuevas, y las señales nuevas acostumbran a ser señales de alarma, en un contexto de supervivencia. Nosotros los humanos hemos desarrollado sociedades que nos hacen de alguna manera olvidar que estamos en el mundo y el universo, que es un contexto difícil y duro, y tenemos estas ciudades que nos interfasan con la naturaleza, pero a pesar de ello continuamos teniendo un sistema perceptivo que está preparado básicamente para hacer frente a las señales nuevas y no a las que se mantienen a lo largo del tiempo. Si yo llevo mucho rato escuchando la radio, si va diciendo lo mismo todo el rato, prácticamente no la escucho. Por eso, los productores de radio tienden a poner altos constantemente, para que estemos atentos, lo que puede terminar siendo muy estresante, como efecto colateral. E incluso como efecto principal, porque muchas veces lo que se pretende a través de los medios es eso: es influir en el ánimo de las personas, y en la opinión, si es que se puede hablar de opinión, si es que tiene sentido”.

En relación con los sonidos altos, los canales de televisión suelen poner los comerciales a un volumen mucho más alto. José Manuel Berenguer señala que “eso tiene dos razones. Una es claramente la voluntad de que te llame la atención. Si uno está atendiendo a la película de turno, entonces cuando se va la película, con un sonidito de una playita o no sé qué, y de repente se va el sonido ese de la playita y aparece cualquier cosa, cualquier señal acústica fuerte, si uno está atento a la película lo que siente es enfado y uno tiende a bajarlo o a cambiarlo, al famoso zapping. Pero lo que pasa es que estadísticamente no estamos tan atentos a la película; es decir, la población en general se ha medio adormecido, entonces no estamos pendientes de los medios de comunicación eléctrica o electrónica. Y lo que ocurre ahí es que el zambombazo que te dan te despierta; lo que pretenden precisamente es eso: despertar”.

Por otro lado, “y digamos que esta es una cuestión técnica puramente, que se podría corregir: cuando uno graba un anuncio, que es una cosa muy corta, trata de hacerlo en las mejores condiciones. Y eso, técnicamente hablando, significa aprovechar el máximo de rango dinámico; eso quiere decir que lo más fuerte tiene que estar al máximo de fuerte y lo más flojo tiene que estar al mínimo. Los sistemas digitales optimizan muchísimo los rangos dinámicos, y lo analógico ha dejado de emplearse. A veces las películas son analógicas, porque son antiguas, pero aparte de que están extendidas en un tiempo más largo, tienen trozos fuertes, tienen trozos flojos, pues ya se encargan los programadores de poner los cortes en los trozos flojos, que es donde más fuerte va a sonar la aparición de una publicidad, que está hecha fuerte por cuestiones de calidad pero también por llamar la atención. Tenemos toda esta lógica ahí dando vueltas y toda esta dinámica influyendo en las razones y en el comportamiento. Eso por supuesto forma parte del paisaje sonoro, es una de las cosas interesantes”.

La Guerra del Volumen

“Esto que he estado explicando —indica el profesor Berenguer— forma parte de un fenómeno que recibe el nombre de la Guerra del Volumen. Y la Guerra del Volumen viene dada precisamente, entre muchas cosas, por unas cuestiones técnicas como la que estaba explicando, pero otra también es por esas convicciones que tienen algunos responsables de las programaciones de las radios y de las televisiones, que insisten en que si el sonido del canal de radio se pierde porque por alguna razón hay demasiado sonido afuera —como por ejemplo en un coche, que es donde la gente más escucha la radio—, entonces la gente cambia de canal para encontrar algo que escuche”.

Ante ello, “lo que hacen es programar únicamente músicas que tienen un rango muy pequeño, pero están grabadas muy fuerte. Ese es el caso del conjunto Metallica. Ellos grababan muy fuerte para salir por las radios, era una técnica, una manía. Y no sólo ellos: esa manía es alimentada por los productores de radios y las televisiones. Y por otra parte, las radios y televisiones han utilizado lo que se llama compresión. Los compresores básicamente lo que hacen es comprimir el rango dinámico, después de lo cual se sube el nivel, para que el nivel mínimo quede más flojo. Pero, tú te pierdes todo lo que de efecto pueda llevar la música. La música tiene muchos saltos dinámicos importantes, entonces todo ese discurso de fuertes y flojos y muy flojos, que casi no se escuchan, ese discurso no puede ser apreciado en la mayor parte de las radios”.

Otro recurso, añade el músico, es que “para que se escuchen los graves que no pueden ser reproducidos por los dispositivos pequeños, se utiliza un fenómeno psicoacústico que consiste en que se reconstruyen los graves a partir de poner según qué intervalos las melodías. Eso hace que se unifique la estética de los arreglos, de la música, para que pasen por las radios o por las televisiones que tienen pocos recursos para reproducir los sonidos graves. O sea, eso se hace puramente en el arreglo, o bien se pasa las músicas por un efecto que se llama ultraarmonizador, que lleva a que en presencia de esas frecuencias, con respecto de la melodía, el oído mismo reconstruya lo que se llama la fundamental, reconstruya los graves, y eso produce una sensación quizá más placentera, pero a la vez deforma”.

Crear la propia banda sonora

Por otro lado, cada vez más en la calle se ve a gente escuchando con audífonos, que se están privando del sonido de la ciudad y eligen un sonido propio. Sobre ello, indica José Manuel Berenguer: “Se privan y eligen. Hacen las dos cosas: ellos crean la banda sonora de su vida. Yo en realidad pienso que pierden mucho, porque los productos musicales que más se escuchan son muy parecidos entre ellos, por lo tanto el discurso que están recibiendo es un discurso bastante uniforme, aunque pueda dar la sensación de que no lo es”.

Esto porque, añade, “existen cosas mucho más distintas y que no las ha podido escuchar. Al ponerse unos audífonos, la tendencia general es a que todo el mundo escuche prácticamente lo mismo. Ahí estamos perdiendo las señales del medio ambiente, que son informaciones —además de útiles— bellas. Entonces hay una pérdida. Lo que no quiero es entrar en valoraciones éticas; a mí no me parece bien, pero vaya usted a saber… (ríe) En cualquier caso, pienso que pierden algo, pero con eso no quiero decir qué malos son, no entro en esa cuestión moral; en fin, evolucionamos como evolucionamos y somos dueños de nosotros mismos. Lo que sí llama la atención es que al hacernos nuestra propia banda sonora estamos tendiendo a reducir el espectro sonoro de nuestro mundo. Se pierden los pájaros, y se pierden otras músicas. Uno puede escuchar una música de repente que sale de un bar o de una puerta y decir ‘esto qué bueno que es’, pero si llevas tus audífonos eso te lo has perdido”.

A ello se suma que el uso constante de audífonos puede dañar los oídos. “Se dañan siempre que los niveles se sobrepasen. La Organización Mundial de la Salud dice que a partir de 80 decibelios hay peligro para la salud del oído. En la fila diez de un concierto de música rock, por ejemplo, hay 90 decibelios. El umbral de dolor está en 120. Entonces, aunque no te duela, a 80 decibelios estás cargando mucho; puedes soportar peaks de ochenta, noventa, cien decibelios, pero peaks: no estar constantemente sometido a ello”.

Cuando se está sometido a un nivel alto constante “se produce esclerosis en los ligamentos del tímpano y del estribo, que es un huesecito que transmite la información sonora a la linfa, y la linfa va a la membrana bacilar, y la membrana bacilar mueve sus células, y eso emite señales eléctricas que son captadas por el sistema nervioso. Al estar tenso el estribo por ese músculo que ya no se destensa totalmente, los umbrales mínimos de audibilidad aumentan, con lo cual ya no podemos escuchar los sonidos más flojos. Y los sonidos más flojos son los sonidos de la lejanía, y los sonidos de la lejanía son muy bellos. Entonces hay un sinfín de cosas que se pierden”.

Agrega Berenguer: “Debido tanto a los entornos ruidosos en los que vivimos en las ciudades, como por el uso constante de audífonos a alto nivel, el umbral de audibilidad comparado con el de la gente que vive en lugares donde no hay altos niveles sonoros —como podría ser el Serengueti o Siberia— difiere más de cinco decibelios. Diez decibelios significa que estás sonando el doble de fuerte; cinco decibelios quiere decir básicamente que si uno está escuchando una hormiga, necesita escuchar cinco hormigas, todas al mismo tiempo: eso es lo que quiere decir cinco decibelios. Porque para duplicar en una orquesta el nivel sonoro de un violín, hay que poner diez violines, y eso es el doble, el doble son diez decibelios. Entonces cinco decibelios sería la mitad. Es decir, cinco decibelios son bastante”.

El sonido de Valparaíso

En relación a su trabajo con la carrera de Música de la UV, explica José Manuel Berenguer que “hemos grabado el paisaje sonoro de algunas zonas de la ciudad. Básicamente, el camino que hay entre la universidad y la plaza Echaurren. Algunos otros puntos, por ejemplo los ascensores. No necesariamente estamos hablando de música tradicional. Es posible que en algún momento en las grabaciones aparezca un pedazo de música: un coche que pase con la radio puesta, cosas así, eso se registra evidentemente. Pero lo de música de la ciudad es el sonido de la ciudad, recogerlo y volverlo música”.

El proyecto consiste en “reconstituir esos paisajes sonoros de manera que produzcan una impresión estética en el auditor. No hemos terminado el trabajo de constituir, ahora lo que se ha hecho es una base de datos importante, tiene 16 kilobites. Hemos estado grabando la ciudad en multicanal; luego lo que requiere este tipo de grabación es que la reconstitución del paisaje sonoro se haga también, al menos, en un número de altavoces que sea el mismo que el número de pistas en que hemos grabado; son cuatro o cinco micrófonos, orientados hacia lo que nos rodea, de manera envolvente. Luego, cuando alguien haga una pieza con esa base de datos, pues a su cargo quedará la narrativa que quiere establecer con esa pieza. Lo que hay ahí es una base de datos con sonidos que han sido grabados de esta manera, y que pueden ser luego transformados”.

La experiencia de trabajo en la UV es calificada como muy positiva por Berenguer. “Estuve trabajando con un grupo de alumnos muy participativos. Tuvimos discusiones largas, interesantes. Fue muy positivo realmente, lo he pasado muy bien además. Lo importante no es tanto pasarlo bien como encontrar chicos que se preguntan cosas, que tienen sus opiniones, que confrontan sus opiniones con las tuyas, porque no necesariamente todos tenemos que tener las mismas opiniones: lo importante es que podamos compartirlas y que podamos ver cómo casarlas las unas con las otras, y creo que en ese sentido ha sido muy agradable el trabajo con los chicos de la Universidad de Valparaíso”.