Idea y defensa de la universidad
Columna de opinión del profesor Agustín Squella, académico de la Escuela de Derecho de la UV, publicada el viernes 2 de marzo en El Mercurio de Santiago.
A inicios de año, Maximiliano Figueroa publicó “Jorge Millas. El valor de pensar”. Pronta a aparecer se encuentra una reedición del libro de Millas “Filosofía del Derecho”, con introducción y notas de Juan O. Cofré. Próximamente la Universidad Diego Portales y la Universidad Austral instalarán la Cátedra Jorge Millas, encargada de difundir el pensamiento del filósofo. Y a propósito de la reedición preparada por Cofré, hay que señalar que Millas hizo importantes contribuciones tanto a la filosofía general como a la del derecho, hasta el punto de que “Filosofía del Derecho” puede ser considerada la mejor obra en su campo de autor chileno.
El libro de Millas para leer al inicio de un nuevo año académico es “Idea y defensa de la universidad”, a propósito del cual debe ser destacada la coherencia que su autor mostró al oponerse por igual a la utilización política de la universidad durante la Unidad Popular y a su posterior intervención por parte de la dictadura. Como se sabe, Millas fue exonerado de la universidad por los militares luego de publicar un artículo en que denunció que ella se encontraba vigilada por un régimen que no toleraba la crítica, y terminó sus días impartiendo seminarios privados en su departamento de Santiago para ganarse la vida en ese postrero e injusto momento de adversidad universitaria.
¿Qué idea tuvo Millas de la universidad? No la que tienen hoy algunos jóvenes —la de un lugar al que se va a tramitar un título profesional en el menor tiempo posible, cumpliendo mínimas exigencias y comportándose como si la calidad de la educación dependiera en todo de las instituciones y en nada de los propios estudiantes—, sino la de una entidad cuya misión es “juntar las inteligencias en una empresa comunitariamente organizada para la transmisión y el incremento del saber racional”, y cuya “peor perspectiva para resolver sus problemas y promover su desarrollo es la de la sociedad de consumo y de la economía de mercado”, puesto que no se trata de “una empresa más que haya que meter en la camisa de fuerza de la libre competencia y el autofinanciamiento”.
¿De qué es preciso defender hoy a la universidad? Supuesto que no sea demasiado tarde, habría que defenderla no digo de la privatización, sino de la mercantilización de sus actividades; de la devaluación de algunos títulos, como en el caso de las ingenierías, donde al parecer sólo falta el de ingeniero de ejecución en atención detrás del mostrador; de la oferta de programas de bajas calorías donde matricular alumnos eliminados de universidades más exigentes; de la banalización de los postgrados cuando ciclos de conferencias se venden como diplomados y simples diplomados como maestrías; de creer que el conocimiento que se tiene de una universidad depende de la publicidad que contrata y no de la información que provee; de considerar que su lugar en la prensa está en las páginas sociales y no en aquéllas dedicadas a ciencia, educación y cultura; de la idea que académicos y estudiantes tienen únicamente derechos y no algunos importantes deberes que cumplir; de la creciente demanda estudiantil por bajas exigencias y de la rendición incondicional de profesores sin carácter y directivos temerosos de contrariar a sus clientes; del malentendido de que los estudiantes trabajan para las pruebas y la universidad para los rankings; de los demagogos que dicen a los jóvenes lo que deben pensar en vez de facilitarles los medios para que lleguen a pensar por sí mismos, y de entender que los estudios superiores agotan su sentido en una suerte de precalentamiento destinado a conseguir buenos puestos de trabajo.
Habría que defender a la universidad de la lógica del parvulario (educarse es un juego), de la falacia de que a ella se va sólo a aprender a aprender, y de lo que se impuso ya en nuestra enseñanza media: la conspiración contra la dificultad.