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Bicentenario: ¿Qué celebramos los chilenos?

16 Septiembre 2010

Sociólogo Félix Aguirre, de la Universidad de Valparaíso, reflexiona sobre la identidad nacional.

Cuando la gran mayoría del país empieza a celebrar este 18 de Septiembre con más energías que nunca, mientras 33 mineros pasarán estas fiestas 700 metros bajo tierra, muchos compatriotas aún no resuelven sus problemas post terremoto y tsunami y 34 comuneros mapuche sigue en huelga de hambre, parece un buen momento para reflexionar sobre qué celebramos. ¿Es acaso un pretexto para echar, literalmente, toda la carne a la parrilla y tomar sin medida? ¿Para comprar en los supermercados y malls todo lo que se pueda antes de que cierren sus puertas para que sus empleados disfruten de un merecido descanso? El sociólogo Félix Aguirre, académico de la Universidad de Valparaíso, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, reflexiona sobre estos temas, partiendo por la pregunta esencial: qué celebramos realmente.

“Suele ocurrir —señala Aguirre— que cuando se presenta una efeméride tan resonante como la que conmemora estos doscientos años de vida republicana, no resulta sencillo responder la pregunta sobre qué celebramos realmente. Por supuesto que no me refiero a los hitos en los que reconocemos el proceso histórico que culminó en la independencia de una nueva nación, sino concretamente a qué elementos constitutivos de esa nación reconocemos como propios y que, en cuanto tales, decimos (o deseamos) compartir”.

En busca de una respuesta, señala el sociólogo que “podemos adelantar que van quedando pocos referentes sociales y políticos capaces de aglutinar este sentimiento de pertenencia a la nación. Como sugiere Ernest Renan, lo que tiempo atrás identificaba a las naciones hoy día se revela como parte de una ciudadanía cosmopolita que ha irrumpido con una fuerza inusitada, capaz —según algunos reputados sociólogos— de relegar al más intenso de los nacionalismos. (…) Parece evidente que los Estados-nación en nuestros días enfrentan enemigos extraordinarios, capaces de difuminar de un plumazo las expresiones con las que hasta hace muy poco se reconocían sus credenciales: la lengua común, el monopolio del poder legítimo sobre un territorio unificado y soberano, la raza, la comunidad, la tierra o la religión, entre otros. Convendrán conmigo —y por cierto con Renan— en que ninguna de las expresiones anteriores son constitutivas del ser chileno, a pesar de que algunas ellas formen parte, en mayor o menor medida, de lo que nos identifica como nación”.

Reconocernos en los otros chilenos

Se pregunta entonces Félix Aguirre: “¿Dónde mierda reside entonces ese ser chileno, o esa chilenidad que festejaremos durante las próximas jornadas? La respuesta de Renan es, cuando menos, inquietante. Lo único capaz de mantenernos juntos es compartir nada menos que un principio espiritual. Se trata de una suerte de expresión colectiva que, al tiempo que reconoce un pasado común, ratifica la voluntad de seguir conviviendo juntos. ¡Qué sandez!, dirán algunos. ¿Dónde hay que firmar?, dirán otros. No es tan sencillo. Resulta que lo que nos hace diferentes del resto, pues el ‘ser chileno’ ha de expresarse en una singularidad excluyente, nos obliga a reconocernos en los otros (chilenos), y a que este reconocimiento sea, de alguna forma, expresado (¿mediante un contrato?; ¿una declaración?; ¿una nueva Constitución?). Y aquí es donde la cosa se pone peliaguda”.

Y es tan complicado porque “tengo la sensación de que nuestro ‘déficit’ de chilenidad no se remite, precisamente, a la dificultad que tenemos para expresar nuestras diferencias urbi et orbi, sino a la dificultad de reconocernos en el otro ‘compatriota’, y tómese esto en sentido literal: en el otro que ‘comparte la patria’. La razón de este contraste es tan humana como peligrosa. ¿Qué mortal no ha sentido la tentación de querer ser diferente? La singularidad marca un estilo propio en la modernidad contemporánea, eso que hoy tanto reivindicamos como antídoto frente al discurso recurrente y agresivo de una supuesta globalización —nos dicen— tan imparable como uniformadora: defender lo que un clásico de la filosofía denominaba el círculo infranqueable de la individualidad. Una identidad que nos distinga del resto: muy bien. El problema es que no reparamos en que las identidades son, por naturaleza, excluyentes, y porfiamos en que esta huella distintiva proyecte en quienes nos rodean la impresión de estar frente a un sujeto fuera de lo común”.

Consumo y consumismo

Añade el sociólogo: “La verdad es que, dejando las buenas intenciones aparte, la palabra globalización cobra su verdadero sentido, no cuando se asocia a la generación de conocimiento, a la democracia, a los derechos fundamentales o a las posibilidades de desarrollo económico de las naciones, sino precisamente al hecho innegable de la universalización de pautas de consumo. En ese sentido, naturalmente que Chile parece perfectamente incorporado a la globalización, aunque con ciertas peculiaridades que son muy interesantes de analizar. Me refiero a que mientras en los países más desarrollados el poder adquisitivo explica solamente una de las dimensiones de la división del poder social, reservando la otra para el reconocimiento al mérito que otorga la educación, en países como el nuestro esta segunda competencia está dramáticamente limitada debido a la calamitosa situación por la que atraviesa la educación pública”.

Lamentablemente, reflexiona, Aguirre, “en la medida en que continuemos adoleciendo de una política de Estado tan irresponsable, mediocre e incapaz de avizorar lo que está en juego —nada menos que la posibilidad de que dos de cada tres chilenos pueda ascender en la escala social sin poseer dinero (la otra dimensión del estatus social)—, efectivamente en Chile seguiremos siendo lo que tenemos”.

Es decir, “no solamente estamos insertos en la sociedad del consumo sino que somos consumistas. Ambos son componente sociales. El primero es una necesidad, mientras que el segundo es un artificio: un componente cultural creado, como todo componente cultural, para un propósito político, para crear una necesidad. De forma que, muy sutilmente, podemos olvidarnos de que somos personas o ciudadanos responsables mientras nos convertimos simplemente en consumidores, lo que de hecho suele puede ocurrir, porque el acto de consumir es una decisión que suele estar despojada de la alteridad necesaria para pensar en el otro, en qué consecuencias tiene para los demás mi decisión”.

Episodios relevantes

Destaca Félix Aguirre que “esta consecuencia de mi acto en los demás, también tiene un componente social. Hemos sido testigos recientemente de tres episodios que estimo pueden resultar útiles para contrastar la sutil potencialidad que encierra la idea del reconocimiento en el otro. Me refiero, qué duda cabe, al terremoto de febrero; al encierro obligado de los 33 mineros, y a las manifestaciones de las dos etnias emblemáticas de nuestro país, la huelga de los comuneros mapuches y la toma de terrenos en Rapa Nui. Y lo primero que nos provoca la comparación de estos tres sucesos es que ‘el otro’ cobra una multidimensionalidad que amenaza con hacer trizas las buenas intenciones de Renan. Dicho de otra forma: ¿reconocerme en quién? ¿En los afectados por el terremoto?: seguro; ¿en los 33 mineros?: pregúntenle al gobierno; ¿en los huelguistas mapuches o en las familias de Rapa Nui?: hágame la pregunta de nuevo… Y la pregunta es por qué nos cuesta tanto reconocernos en el otro, cuando el otro es tan diferente de mí”.

Como reflexión final, Aguirre apunta: “Creo que el Bicentenario debiera servir para reflexionar sobre estos temas. Es cierto que este cumpleaños republicano, como todo acontecimiento social, vende. Es cierto que el fanatismo hoy día parece estar más relacionado con el consumo compulsivo que con la defensa de una ideología o con doctrinas totalitarias del pasado, pero si deseamos seguir viviendo juntos deberemos hacer un esfuerzo por mirarnos y reconocernos. Y veremos después cómo expresamos lo que queremos seguir siendo (ojalá en una nueva Constitución). La única condición es que nadie recurra al fanatismo, tratando de cambiar al otro. Bastará con que nos aceptemos en el respeto a la diferencia”.