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Qué le pasa a la Filosofía cuando la infancia toma la palabra para hacerla a su ritmo y su estilo

01 Diciembre 2016

Es lo que revisaron profesores y estudiantes del área en Coloquio “Filosofía en infancias en diálogo”.

La dimensión infantil en medio de la reflexión filosófica es el tema que revisó el Coloquio “Filosofía e infancias en diálogo”, organizado por el Centro de Estudios en Filosofía e Infancia, CEFI, de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso.

El encuentro, que se prolongó por dos días, tuvo lugar en el auditorio de la unidad académica, en Serrano, y convocó a un importante número de expositores, como también de asistentes, académicos y estudiantes de pre y postgrado interesados en el tema.

Según explica Juan Pablo Álvarez, director del CEFI, el objetivo del coloquio fue “problematizar una cosa en particular: no qué les pasa a los niños cuando les acercamos la filosofía, porque eso ya se ha ido naturalizando en un discurso —al que obviamente hay que ponerle atención porque algo se puede estar ocultando detrás que no hemos visto todavía—, sino preguntarnos al revés: ya no qué le pasa a la infancia cuando le llevamos filosofía, sino qué le pasa a la propia filosofía cuando es la infancia la que toma la palabra para hacerla a su ritmo, a sus tiempos, con su estilo”.

A su juicio, cuando eso sucede “le pasan cosas a la filosofía, y eso es lo que vemos un poco acá. Tal vez vale la pena que la filosofía se extienda a los niños; es una filosofía que cambia su forma de concebirse a sí misma, desde lo infantil, desde esa dimensión. Ese tránsito hicimos: no porque es importante llevar filosofía a los niños —que puede ser importante o no, siempre y cuando se modifique su modo de entenderse ella misma—, sino qué le pasa a la propia filosofía”.

¿La importancia?

Ahora, consultado respecto de la importancia que tiene enseñar filosofía en la infancia, el profesor Álvarez señala: “Tengo mis dudas de la importancia. Porque ha cobrado en el último tiempo mucha fuerza este discurso reivindicatorio de la filosofía, y me parece que el problema no está en tener más filosofía o extender la filosofía, sino fundamentalmente en apuntar la filosofía de una manera distinta, de una manera más infantil, de tal manera que sean los niños —ahora ya no tercero y cuarto medio, sino también los más chicos, de enseñanza básica— los que sientan que en el modo de operar, de funcionar de la filosofía, algo de ellos está presente. Es decir, que algo de infancia, algo de esa dimensión más lúdica, se ponga en juego”.

A su juicio, lo anterior “exige no más filosofía, sino una filosofía distinta. No es la extensión ni de un Aristóteles para niños, ni de corrientes filosóficas tradicionales para niños, en un lenguaje de niños, sino que tiene que ver con que los profesores entiendan su propia práctica de una manera más infantil, que se permitan jugar un poco más cuando hagan filosofía, se permitan equivocar también un poco más cuando hacen filosofía. Esa filosofía que se permite errar, equivocar, tantear, me parece que esa es una filosofía más infantil, y esa sí va a enganchar con los niños”.

Respecto de la tendencia del sistema educativo a hacer que los niños dejen de jugar, Juan Pablo Álvarez indica que el juego es necesario, así como “que juguemos sin reglas, o que el juego principal sea la desobediencia de los juegos tradicionales. Porque la escuela tiene espacios para jugar, pero son los espacios específicos que existen, no sé, como la clase de educación física. Creo que por ahí va la cuestión del juego, porque hay juegos que a nadie le gusta jugar y no por eso dejan de ser juegos, y se nos imponen a veces”.

En ese sentido, continúa, “en la vida adulta uno dice: ‘Ya, bueno, yo no lo haría, pero como entiendo cómo son las reglas del juego, lo hago’. Esos juegos no son juegos que uno los juega de buena gana, y creo que en la educación pasa lo mismo. Entonces, no es sólo que la filosofía se ponga a jugar ella misma en su propia práctica, sino que interprete, pero para eso necesita escuchar la voz de los propios niños, y luego los interprete y se ponga a jugar los juegos que a los niños les gustan, no los juegos que le gustan a la filosofía. Porque si no vamos a tener niños chiquitos, conferencistas de siete años: eso es ridículo”.

La idea, entonces, es que la filosofía “se ponga a jugar, que sea distinta, pero que esa visión distinta interprete a los niños y sus intereses. No es transformar tampoco la filosofía en una cuestión meramente instrumental, sino que la filosofía, cuando su sinónimo que importa es la reflexión (nos olvidamos un poco de la filosofía disciplinar, y nos concentramos en la dimensión reflexiva que la filosofía disciplinar tiene), ahí se pueden hacer todos estos cambios y estos diálogos con la infancia”.