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Éxito de Chile en el Mundial podría opacar devastación del terremoto y fiesta del Bicentenario

11 Junio 2010

El académico revisa el fenómeno del fútbol: por qué tiene tanta trascendencia social, qué diferencia hay entre un hincha y un fanático, y el acercamiento de las mujeres a las canchas.

De un tiempo a esta parte, y por lo menos durante un mes más, la televisión, los diarios, las radios, la vía pública, las conversaciones, todo gira en torno al Campeonato Mundial de Fútbol. Ventas especiales, productos nuevos, créditos, todo va orientado en esa dirección. El sociólogo Félix Aguirre, académico de la Universidad de Valparaíso, señala que el tema es tan potente, que si el país llegara a obtener el primer lugar —nada es imposible—, el 2010 pasaría a la historia como “el año en que Chile ganó el Mundial”, dejando atrás el enorme drama ocasionado por el terremoto del 27 de febrero y la celebración de los dos siglos de la independencia nacional.

“La trascendencia social que puede llegar a tener este deporte-espectáculo es impresionante —afirma Aguirre—. Pensemos, por ejemplo, que así como este año la celebración del bicentenario ha sido opacada por el terremoto, con toda seguridad, si la selección de fútbol hiciera la gracia de ganar el mundial, el año 2010 se recordaría como el año en que ‘fuimos campeones del mundo’. Hagamos un poco de ciencia ficción. Imaginemos a Bravo, el capitán de la selección, en primera página de todos los diarios del mundo con la copa en sus manos: ¿quién se acordaría de que ese fue el año del Bicentenario de la República o de los cientos de víctimas que ocasionó el terremoto de febrero? ¿Qué misterio hace posible que un deporte pueda hacer olvidar el cumpleaños de una república o de aliviar a cientos de familias que lo perdieron todo en tres minutos? Se me ocurren algunas respuestas, más o menos sesudas. ¿Esto ocurre solamente en Chile o el efecto placebo del fútbol es un fenómeno universal?”.

La respuesta, para el sociólogo, va por la segunda opción: “Aunque, como ocurre siempre con este tipo de acontecimientos transculturales, esto tiene fuertes connotaciones locales e identitarias. Por lo pronto, hay que pensar en una serie de artefactos universales que rodean al fútbol y que forman parte del imaginario de los miles de millones de personas que están de una u otra manera involucradas con este deporte, ya sea como hinchas, fanáticos, espectadores o practicantes. Esto es, el fútbol como espectáculo masivo: los colores del club con los que uno se identifica, los cánticos que acompañan el deambular del equipo, la escenografía que constituye el estadio como la arena donde se desarrolla la rivalidad, el drama y hasta la violencia. Para no hablar del comportamiento de jugadores y espectadores frente a la autoridad que simboliza el árbitro: ¿en qué otro contexto social se presenta una oportunidad de discrepar frente a una autoridad y de vociferar contra sus decisiones pasando inadvertido?”.

De la lealtad al fanatismo

Para explicar la extendida popularidad del fútbol, Félix Aguirre escoge un aspecto de la vida colectiva que le parece decisivo: la lealtad. “No sé si algún reputado especialista en esta materia ha reparado en el hecho de que cualquier persona puede cambiar de todo durante su vida. Cambiamos de colegio, de barrio, de auto, de trabajo, de pareja, de amigos; algunos, hasta de ideología. Pero, de equipo de fútbol no. Uno no cambia de equipo. Dicho en tono simpático: las personas pueden cambiar muchas cosas sin perder la estima o la credibilidad de los demás, pero quien cambia de equipo de fútbol no merece confianza alguna ni respeto… Cualquier religión o partido político estaría de enhorabuena si fuera capaz de contar con la lealtad de un porcentaje mínimo de los acólitos que recluta el fútbol”.

De todas formas, “una cosa es la lealtad y el amor por los colores de un club o una selección, y otra muy distinta el fanatismo, y hay que reconocer que todavía, para bien o para mal, fútbol y fanatismo continúan conformando dos caras de una misma moneda. Y es un hecho que el fanatismo vende. De modo que ojo con los medios de comunicación, porque ellos también tienen una tremenda responsabilidad en la conversión que puede sufrir un simple espectador e hincha de un equipo cuando se transforma en fanático”.

Aquí aparece el problema. Félix Aguirre afirma que “conviene recordar que en el fútbol, como en la política, basta con encontrarse con un extremista violento por cada diez mil ‘fieles’ (hinchas o espectadores) pacíficos para que tengamos delante al ‘capitán’ de un potencial ejército de miles de fanáticos. La verdad es que si uno observa el despliegue mediático que se ha producido en nuestro país como consecuencia de este Mundial, da la impresión de que la propaganda va dirigida a fanáticos. En ese sentido, hemos sido testigos de una publicidad con tintes dogmáticos, repleta de verdades incuestionables y cuasi religiosas (fíjense en la leyenda que acompaña el bus de la selección nacional), con un cierto maniqueísmo, donde todo es blanco o negro (o pasamos a segunda fase o se acaba el mundo) y con dosis extremas de autoritarismo (todos a ver el Mundial, donde sea, como sea y a la hora que sea). Y cuidado, porque vivimos tiempos ideales para los fanáticos. Tiempos ‘revolucionarios’ (el 11 de septiembre y la justicia infinita de Bush), tiempos de inseguridad y de riesgos, presididos por el miedo. Y, como dijo alguien con mucho acierto, la primera víctima del miedo colectivo suele ser la verdad”.

Por esto, concluye, “aprendamos sensatamente a diferenciar entre el hincha y el fanático. Qué les distingue, yo diría que la resignación del buen hincha que reconoce en el contrario (alteridad) a un mejor equipo que ha batido al propio con mejores argumentos futbolísticos, mientras que para el fanático una derrota es la excusa perfecta para, además de denostar al árbitro, preparar el terreno para que el próximo encuentro se transforme en una verdadera batalla de principios: mi equipo siempre será el único; el que debe sobrevivir en la batalla al costo que sea”.


[b]Las mujeres y el fútbol[/b] Mención especial merece, para el sociólogo de la UV, la relación de las mujeres con el fútbol: “Se trata de un deporte en el que las mujeres comienzan a tener también la palabra, hasta el punto de que ha dejado de ser inusual escuchar impecables opiniones técnicas de féminas capaces de dejar en evidencia a algunos (machos) expertos en este deporte. Es cierto que el fútbol de alta competición, ése que atrae la atención masiva de los medios y que mueve ingentes sumas de dinero, sigue siendo un universo eminentemente masculino e indisimuladamente machista. ‘Un deporte para hombres’. Una expresión que probablemente escucharíamos hoy en ocho de cada diez hombres que en Chile se declaran fanáticos de este deporte”. Sin embargo, “ojo, que las cosas están cambiando. Los estudios que se están haciendo en Europa y Estados Unidos —país donde el fútbol está adquiriendo una impresionante popularidad, sobre todo en colegios y universidades—, referidos a la asistencia a los estadios (salvo excepciones, como el caso del fútbol británico), arrojan resultados que aseguran que el número de mujeres asiduas a este espectáculo se ha multiplicado por ocho en los últimos veinte años”. Lo mismo sucede, agrega Félix Aguirre, “con el número de clubes de fútbol femeninos, el número de fichas de futbolistas de ese género que practican deporte en el seno de alguna federación deportiva o el auge de la participación femenina en este deporte en el ámbito escolar. Estas cifras, además, han llevado a algunos expertos a insinuar que, probablemente, la progresiva disminución de la violencia en los estadios que se ha constatado en los ambientes futboleros de muchos de los países europeos tenga algo que ver con la presencia masiva de las mujeres en los estadios. Un dato extraordinariamente importante e inquietante a la vez: ¿la violencia en los estadios está relacionada con el género?; ¿será que las mujeres son (o pueden ser) estupendas espectadoras, practicantes e hinchas de este deporte, pero que rara vez se transforman en fanáticas?”.